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“No te preguntes el por qué, pregúntate el para qué”. Estas son las inspiradoras palabras con las que Priscila nos cuenta su historia. Una vorágine de altos y bajos donde su fortaleza y su fe fueron puestas a prueba. Un camino que la llevó a romper las barreras del cuerpo y de la mente para convertirla en lo que es hoy, la mejor versión de sí misma.
El tesoro más grande de todo ser humano es su capacidad para adaptarse a los cambios y su resiliencia para avanzar a pesar de los inevitables infortunios. Nuestra sociedad es cada día más diversa y eso se evidencia en el despliegue de nuevos movimientos que se alzan orgullosos, esperando ser escuchados por un mundo que por mucho tiempo permaneció sordo ante sus llamados. Es momento de derribar los muros impuestos y crear unos cimientos nuevos en los que podamos avanzar todos, garantizando los derechos de las minorías que son relegadas. En este artículo contaremos la inspiradora historia de una mujer que nos invita a que evaluemos nuestra perspectiva sobre la discapacidad, y que nos muestra a través de sus vivencias la riqueza que se esconde detrás de la voluntad humana y como la solidaridad pueda convertirse en un impulso milagroso.
Priscila nació como una mujer sin ninguna limitación física, de hecho era una apasionada del atletismo que entrenaba arduamente para competir en maratones y carreras de fondo. Pero un día la vida le cambió.
“Empecé a sentir una molestia en mi pierna y en su momento, creí que era por una cuestión deportiva. Tal vez yo estaba exagerando mis entrenamientos o algo así”. Cuando inició el dolor, Priscila tenía tan solo 22 años y nunca se imaginó que en su fémur derecho se desarrollaba un tumor cancerígeno. Antes de la trágica noticia, acudió a tratamiento y los médicos le dieron un diagnóstico erróneo: lesión deportiva. Estuvo incapacitada por varios meses, sin que nadie en el seguro social se tomara con seriedad su caso: aunque ella tenía en su historial clínico antecedentes familiares de cáncer y diabetes y su abuela materna había muerto, tiempo atrás, de un tumor cerebral. La salud de Priscila empeoró, llevándola al punto de no poder levantarse de la cama y quitarle las ganas de seguir adelante, pues el dolor que la aquejaba, nublaba su razonamiento. Después de ocho meses de martirio y un pésimo tratamiento médico, viajó a Colima, donde un familiar, traumatólogo, se ofreció a ayudarla. Posterior a revisarla, la remitió al centro de oncología de la misma ciudad donde le diagnosticaron osteosarcoma, cáncer de hueso. Y le dijeron que debía regresar cuanto antes a Guadalajara para que le amputaran la pierna pues ya no había otra manera de salvarla.
“Sentí que la vida se me iba. Todo el amor y ese gusto que yo tenía por correr, por las competencias, por los maratones, pues se me estaba yendo así como pan duro, sabes… en migajas”. No solo recibió la noticia de la amputación sino que le advirtieron que si no se la realizaba cuanto antes, su vida estaba en riesgo. Dándole una tentativa de vida de solo tres meses, pues el osteosarcoma que tenía, estaba cerca del torrente sanguíneo y las células cancerosas podían hacerle metástasis en otra parte del cuerpo.
Confundida, al pensar que sus días estaban contados y con un dolor insoportable en la pierna, regresó al seguro social de Guadalajara. Donde a pesar de tener un diagnóstico médico, emitido por uno de los centros de oncología más importantes del país, se negaron a realizarle la amputación, pues según le dijeron: “tenían sus propios protocolos”. Poniendo en riesgo, una vez más, la vida de Priscila.
Tres meses más tarde y ya con 23 años de edad, Priscila estuvo al borde de la muerte, teniendo que ser ingresada a urgencias por el intolerable dolor que sufría en la pierna derecha, uno que la llevó a un estado de delirio. Aun así, pasaron semanas antes de que le realizaran una intervención quirúrgica. No fue sino hasta que llegó al IMSS, el doctor Bustos, que todo cambió. Este médico fue determinante en la vida de Priscila y le dio la vuelta a lo que pudo haber sido, un desenlace fatal para ella. “Entonces, bendito Dios que llegó este doctor con esa rapidez y con esa iniciativa. Y es él quien decide proceder con la amputación como debió ser hacía mucho tiempo”. A pesar de la negligencia médica que vivía Priscila, el nuevo doctor le devolvió la esperanza, tomándose en serio la gravedad de su condición. Intentando salvarle la vida a una joven que desfallecía lentamente. “Él me dijo: a mí no me importa si oncología se mete o no se mete, yo voy a absorber toda la responsabilidad de tu caso, lo único que necesito es que ellos entren para que den su punto de vista y chequen sí es correcto el nivel de amputación que te voy a hacer”.
Cuando Priscila despertó de la cirugía, le habían hecho una amputación transfemoral, es decir arriba de la rodilla. Ella nos cuenta que por fin sintió tranquilidad, pues el dolor ya no la torturaba y agradeció seguir con vida. Y mientras que nosotros podemos ver este caso con total indignación y profundo enojo hacia las instituciones de salud pública, Priscila nos da una lección de humildad. Nos enseña que el perdón va de la mano con el aprendizaje, el crecimiento y la aceptación. Y que para llegar a ese nivel de superación personal y sabiduría, hay que vivir todo un proceso.
Fue a partir de la amputación que Priscila inició un nuevo viaje. Uno retador hacía el autodescubrimiento de su propia fuerza y capacidad. Impulsada por el ímpetu de su voluntad, una dosis de gratitud y las personas correctas a su lado.
Al principio no fue fácil, nos cuenta. “Hubo un pequeño lapso mientras estaba en la camilla donde dije: bueno, ¿y ahora qué sigue? ¿Quién soy? ¿O cómo va a ser?”.
Imaginémonos por un momento, si no eres alguien con discapacidad, cómo sería perder una parte de nosotros. Para muchos la sola pregunta puede ser aterradora. ¿Qué pasaría si algún ser amado tuviera que vivir esta situación? Creo que la respuesta general sería que no estamos preparados para vivir algo así. Ni siquiera podemos imaginárnoslo, no solo por lo temible que parece sino por la nula educación que poseemos sobre discapacidad. Entonces qué hacer en caso de sufrirla en carne propia o estar cerca de alguien que la padezca.
Vivir el duelo. Esto es lo que Priscila nos recomienda. “Muy pocas personas te alientan a vivir tu duelo. Sí tú como amputado no superas esta parte, al punto en la que te aceptes como eres, muy difícilmente podrás visualizar tu vida con discapacidad, haciendo todo lo que tú quieras”. Ella vivió su propio proceso de dolor, de tristeza, de enojo, de frustración, como ser humano que es. Hay que entender que sentirse así, está bien y es un proceso natural. Sin embargo hace hincapié en que hay que ponerse una fecha límite, pues aunque se debe vivir el duelo, no se puede anclar ahí para siempre.
La compañía de médicos, familiares y amigos fueron determinantes en su recuperación. Ella recomienda rodearse de personas que aporten algo positivo a la vida. “Cuando tienes a alguien, aunque sea una persona que cree en ti, yo creo que puedes mover el mundo, sí quieres”. Fue así, como a tan solo dos meses de su amputación y después de una milagrosa recuperación, tuvo la fortuna de encontrar un entrenador de atletismo que la preparó para la carrera Bonafont. Donde habría de probarse a sí misma y convertirse en una inspiración para los demás.
“Mi entrenador me dijo: tú tienes que participar. Obviamente yo me negué y dije: No, no puedo. Entonces cuando él me dice: yo creo en ti, tú puedes. Yo ya te entrené, yo ya te trabajé y sé lo que puedes hacer”.
Asustada por el reto, pero llena de entusiasmo, aceptó el desafío. Durante la carrera y entregando lo mejor de sí, Priscila hizo los últimos doscientos metros en muletas y ya cerca de la meta, se impuso a sí misma un desafío que la cambiaría para siempre: cruzaría la línea de meta sin ayuda de nadie, sin ayuda de sus muletas o de la silla de ruedas. Lo haría con su pierna formidable y el impulso de su cuerpo. Su pierna amputada no limitaría hasta donde podía llegar. Dando brincos, haciendo un esfuerzo ejemplar y con una determinación inquebrantable, cruzó la línea de meta. “Entonces, cruzo la meta, me tiro al piso y ahí es donde digo: ¡Estoy viva, puedo hacer lo que quiera y me voy a comer al mundo!”.
Con ese salto de fe, descubre que ella no era esa parte que perdió, seguía siendo Priscila. La cicatriz que llevaba en el muñón se convirtió en un símbolo: había vencido a la muerte y a pesar de su discapacidad, no permitiría que esta la definiera o le impidiera hacer todo lo que quería. Tenía una segunda oportunidad y la aprovecharía.
Su vida cambió por completo al aceptarse como era, las puertas se le abrieron y conoció a personas que la ayudaron en su rehabilitación, incluyendo a su futuro esposo y protesista con el que al día de hoy tiene una familia con dos preciosos hijos. “No te puedo decir, más que son bendiciones, después de haber aceptado mi condición y cómo tenía que vivir la vida de ahora en adelante”.
Decidió que su existencia estaría basada en ayudar a los demás. Y conoció a otras mujeres con discapacidad que le enseñaron a ver el mundo de una manera diferente.
“Ahí es donde tú dices, ¡carajo! Yo tengo que valorar lo que tengo, aun cuando se me quitó una parte de mí. Tengo que apreciar toda la movilidad que tengo, porque hay personas que están en una situación más comprometida que yo, y sin embargo están manejando, hacen deportes, laboran, hacen tantas cosas, que por qué yo tendría que detenerme. Por qué yo tendría que ser un caso especial o tener una consideración especial, cuando tengo todo para salir adelante, siempre y cuando yo quiera hacerlo”.
Al día de hoy, Priscila colabora con la fundación Lazos De Acero, donde vivió todo su tratamiento protésico y donde conoció al amor de su vida. Allí, realiza muchas actividades para ayudar a otros discapacitados. Incluso hace videos en youtube con el fin de alcanzar a más personas en estas condiciones, guiándolas para que sepan por dónde empezar y animándolas a seguir. Su altruismo es admirable. “Yo quiero, y en conjunto con todas las personas de las que me he rodeado, que puedas ver un video, sentir una mano amiga y decir: ¡Ah, mira! Es que sí ella pudo, yo también, y voy a superarla. Yo quiero que sigan contando sus historias y sigan teniendo sus éxitos porque de eso se trata, de darnos la mano para levantarnos. Yo siempre estoy abierta y estoy puesta, para sí el día de mañana en algún hospital, alguien va a perder una pierna, yo acercarme con esa persona y decirle: Hey, no es tan malo perder una pierna”.
Priscila no solo nos motiva a seguir adelante y a ver los obstáculos que se nos presentan como oportunidades para crecer y ser más fuertes, sino que es un símbolo de la capacidad que tiene el ser humano para superarse a sí mismo. El poder de lograr hasta lo imposible está en la voluntad y la fe que le pongamos a aquello que deseamos conseguir. Su consejo para alguien que haya perdido una parte suya es: “Cualquier parte que hayas perdido, no eres tú. Esa parte de ti no te define. Y enfrenta ese duelo. Sí tienes que llorar, saca todos esos sentimientos que tienes. Sí estás enojada, agárrate una almohada, destrózala. Lleva estos sentimientos al límite para que puedas ir poco a poco sanando. Sí abriste los ojos después de la cirugía es porque todavía tienes una misión que hacer, todavía tenemos un propósito y por eso seguimos con vida”.
Sí eres una persona con discapacidad y aún no aceptas tu condición, es momento de soltar, decir adiós a esa parte tuya, agradecer el que sigues con vida y seguir adelante. “Si algo me encanta es poder compartir mi historia y que esto sirva de punto de lanza para que alguien más se supere”. No estás solo. Hay fundaciones como Lazos De Acero donde encontrarás el acompañamiento que necesitas, puedes buscarles en redes sociales con este mismo nombre.
Historias como las de Priscila y las personas claves de su vida nos obligan a volver la vista para preguntarnos qué podemos hacer para contribuir al mundo, para ser mejores, para solidarizarnos como seres humanos miembros de una sociedad diversa. Este no es solo un llamado a la introspección y reflexión sino una oportunidad para que a través de nuestros medios podamos iniciar cambios, comenzando desde nuestras preconcepciones sobre lo que consideramos malo, inaceptable; a enfrentar cara a cara eso que nos da miedo mirar y aceptar. Hasta que podamos convertir ideas dañinas en pensamientos esperanzadores, y en obras tangibles y positivas.
Si te gustaría ponerte en contacto con Lazos de Acero, así los podrás encontrar en instagram: @lazos_de_acero